En el laboratorio del ciclotrón de Princeton tenían una gran damajuana de agua, una especie de enorme botellón. Me pareció que vendría al pelo para mi experimento. Me hice con un tubo de cobre y lo doblé en forma de S. Después, taladré un agujero en su centro, y le inserté un pedazo de tubo de goma, que hice pasar a través de un gran corcho que tapaba la boca de la bombona. El corcho tenía otro agujero, que yo conecté a la toma de aire comprimido del laboratorio.
Aprendí mucho de biología, y adquirí mucha experiencia. Mejoré en la pronunciación de los términos técnicos, aprendí lo que no se debe incluir en un trabajo técnico para un seminario, y aprendí también a detectar fallos y debilidades técnicas en los experimentos. Pero yo amo la física, y me encantó retornar a ella.
Otras personas me han contado haber incorporado a sus sueños ruidos externos, pero cuando tuve esta experiencia, «observando cuidadosamente, desde abajo», y convencido de que el ruido venía del exterior del sueño, no fue así.
Entonces todos los de la clase se pusieron a sostener sus plantillas en diferentes posiciones, y a colocar el lápiz adosado a ella en la click here posición más baja, descubriendo, qué duda cabe, que la tangente es horizontal. Todos estaban muy excitados por este «descubrimiento», a pesar de que todos habían recibido cierta dosis de cálculo diferencial, y de haber «aprendido» ya que en el punto mínimo (el punto más bajo) de cualquier curva, la derivada (la tangente) es nula (horizontal). No lograban sumar dos y dos. Ni siquiera sabían lo que «sabían».
Una de las cosas que yo quería observar period qué les ocurría a los paramecios al irse evaporando el agua en la que habitan. Se decía en los libros que el paramecio podía secarse y convertirse en una especie de semilla endurecida. Deposité una gota de agua en el «porta», lo monté en el microscopio, y pude ver en la gota un paramecio y una especie de «hierbas», que a la escala del paramecio parecían una serie de espantapájaros entremezclados.
Ellos se encontraban perfectamente cómodos unos con otros. El que me encontrara cómodo yo era cosa mía. Fue una experiencia maravillosa.
Ahora, aunque yo había estudiado un montón de artículos sobre experimentos con el ciclotrón, los del MIT no eran muchos. Quizá fuera que estuvieran empezando.
En otra ocasión tuve una idea verdaderamente buena. Entre mis obligaciones de recepcionista estaba la de atender el teléfono. Cuando llegaba una llamada, sonaba un zumbador, y en el cuadro de conexión caía una chapita que indicaba qué línea era. A veces, cuando estaba ayudando a las mujeres con las mesas de bridge, o a primeras horas de la tarde, cuando apenas había llamadas y salía a sentarme en el porche, llegaba súbitamente alguna llamada.
Cuando «las clases altas» descubrieron que mi pareja iba a ser una camarera, quedaron horrorizados. Me dijeron que tal cosa period inconcebible; me buscarían una pareja «adecuada». Me hicieron sentirme perdido, fuera de lugar. Decidieron tomar la situación en sus manos. Fueron al restaurante, encontraron a la camarera, la convencieron de que no debía ir, y me buscaron otra chica.
En una ocasión nos metimos en un lío de todos los diablos. Había un dibujante que tenía que hacer una portada para una revista de automóviles. Había construido muy cuidadosamente una rueda de plástico, y por una razón u otra, nuestro vendedor le había dicho que nosotros podíamos metalizarlo todo. El artista quiso entonces que le metalizásemos el cubo, para que tuviera un aspecto resplandeciente, como de plata. La rueda era de un plástico nuevo que nosotros aún no sabíamos muy bien cómo metalizar; bien, el hecho es que el vendedor nunca sabía cuáles podíamos metalizar y cuáles no, por lo que aseguraba siempre que nosotros podíamos metalizarlos todos.
En la grande y solemne sala de cristales policromados donde siempre comíamos revestidos de nuestras togas académicas, progresivamente deterioradas, el decano Eisenhart daba en latín gracias al Señor antes de empezar la cena. Era corriente que después de cenar, Eisenhart, puesto en pie, nos diera alguna noticia o anunciase algo.
Todo esto es muy de novice; todo el mundo sabe la respuesta. Pero el caso es que yo no la sabía, y así, lo primero que hice fue tender un cordel sobre la «U» del antepecho y colgar de su extremo un cartoncito doblado con un poquito de azúvehicle dentro.
Una cosa period segura: que period prácticamente imposible hacer el problema de ninguna forma directa y convencional, como la de poner: «Sea A el número de libros rojos, B el número de libros azules» e ir dándole vueltas hasta sacar «seis libros». Para eso hacían falta por lo menos fifty segundos, pues quienes marcaban el tiempo de estos problemas los habían marcado todos deliberadamente un pelo por debajo del mínimo. Así que había que pensar: «¿Habrá alguna otra forma de verlo?
La siguiente vez que tuve un sueño, había una joven echada sobre la hierba. La hierba period muy alta, y la chica pelirroja. Probé a tratar de ver cada pelo.